Cocinando-nos

Por María Furnari.

Es de noche. La cuarentena está siendo larga y yo giro por mi teclado, queriendo esclarecer con  palabras un murmullo cotidiano. Suena el celu, un mensaje de mi amigo Charly. Todo comienza así:

Charly: como pinta la noche?

María: Acá con ganas de comer algo, se me paso el horario y no cene. Bien, con perro y gato cerca mío y pensando que lo que escribí no sirve para nada, ja! Vos? Tengo un vino rico y una porción de torta de chocolate. 

Charly: Que es lo escribiste? 

María: Algo que habla por qué razón comemos en pandemia, por qué lo que nos preocupa y ocupa es comer, más allá de lo lógico, que tiene que ver con una supervivencia.

Charly: Nosotros comemos más austeros, no es una regla. 

María: No, no es una regla. Por todos lados existen memes y gente que sale cocinando o gente que dice que engordo, como si engordar fuera otra pandemia. El cuerpo, Vió? Es algo que tiene que ver con la incertidumbre y el deseo. 

Charly: Creo que lo que pasa es que las otras dimensiones del vivir están suspendidas y estamos empujados a atender nuestra supervivencia, lo que regresa a la vida a sus aspectos básicos. El cuerpo esta atacado. La idea más básica es que sobrevivís si comes. El cuerpo desnudo y su funcionamiento. Y ese cuerpo nos pertenece a medias. 

María: Si, es así, el cuerpo de alguna manera, también le pertenece al estado. También pienso en la búsqueda de un lugar común, un lugar que nos traiga un cotidiano, ya que tenemos fisurado ese cotidiano que conocíamos y estamos más frágiles que antes. 

Charly: El cuerpo puede ser un peligro para otros, solo porque ocupa una posición en el territorio. Los movimientos del cuerpo, son responsabilidad del estado. En un estado de excepción. Si. Estamos atentos a que no nos falte el alimento. No queremos perder eso que hemos sido. 

María: Si, algo así estoy escribiendo, los territorios y los movimientos, pero dentro de un lugar común, la cocina. Esto que me decís me abre algo importante. 

Charly: Y, que nos hace quienes somos. 

María: Así es buscamos eso que nos hace conocidos, que nos hace con otros.

Charly: Esa supervivencia es la primera que está amenazada. Aunque el peligro se pose sobre el cuerpo físico, lo primero que se siente amenazado es la persistencia de un cotidiano. Se dirige al cuerpo.

María: De hecho ya no existe en algunos casos ese cotidiano, la pandemia se posa en el cuerpo, entonces necesitamos alejarlo de ese lugar y se busca un lugar donde salvarlo, y ese lugar no está, en los millones de escritos filosóficos que andan dando vuelta, ni en saber si termina o no el capitalismo, y tampoco está en un hospital, ese sería el último lugar, en todo caso .Vamos al primer lugar, al alimento, a la cocina y todo lo que ella significa en este tiempo, esa carga infinita de subjetividades. 

Charly: Comer es decir yo vivo. Pero decírselo a quién? A quien le hablamos. Cuando damos señales de vida a la vida? 

María: Tal vez a uno mismo, a nuestra muerte, a nuestro deseo.

Charly: Cuando los largos viajes llegan a su fin. Uno piensa en el hogar. 

María: es así, justo. Voy a usar esa frase… La puedo tomar? te quiero tanto!!! 

Charly: y yoooo!! 

Termino esta charla con mi amigo y creo que puedo comenzar a dar un sentido a mi murmullo. Me pregunto cuántas veces en este tiempo de cuarentena, hemos pasado por la cocina para preparar algo, llámese almuerzo, merienda o cena, como también antojo, placer, miedo, recuerdo, incertidumbre, desconfianza, ansiedad y tal vez deseo.

Pienso la cocina, como territorio de existencia y subsistencia. 

Estamos en cuarentena y las redes sociales, plataformas web, se llenan de recetas, cocineros y cocineras, veganos, crudíveros, vegetarianos, carnívoros y hasta el canibalismo se presenta. Los memes hablan de cómo engordamos, o a quién podemos comer en caso de quedarnos sin comida. Se muestran los panes o tortas que realizamos. Los carros y colas de supermercados se acrecientan. La cocina pasa a ser un bunker, ese lugar que nos permitirá seguir vivos.

Lo cotidiano cambió. Mientras tanto, seguimos en cuarentena cuidada y obligatoria y seguimos comiendo. Pero ahora ¿qué comemos? ¿Por qué estamos tan atentos a la cocina? Esta pregunta me la hago siempre en distintos momentos. Sé que nos es una pregunta más o  al menos no lo es para mi. Siempre esta curiosidad me lleva por una gran espiral, a veces creo que es infinito. A la vez puede ser una obviedad, pero en algunas ocasiones me gustan las obviedades… Me rebalsa la interrogación. Qué comemos en este nuevo cotidiano y en este cotidiano extendido, de qué nos nutrimos, ¿está nuestro deseo despierto y vivo o tenemos un deseo que está sosteniéndose de un recuerdo de deseo? ¿O nuestro deseo está impuesto? ¿De dónde viene este hambre terrible? ¿O será que siempre estuvo y lo aplacábamos con distintos alimentos? ¿Nos comíamos nuestras conversaciones, nuestras salidas al cine, nuestra sexualidad, nuestros amores y desamores? En fin, tal vez si, ése hambre se aplacaba con el afuera. 

El afuera no está, nos encontramos en un adentro, en una intimidad que por más que sea compartida, será una intimidad, nuestra intimidad, no podemos escapar de lo que acontece. Podemos compartir momentos virtuales de espacios cotidianos, tener abrazos y besos que viajan por las redes, pero el adentro sigue estando, y comienza a pronunciarse de otra manera. Comenzamos a buscar un lugar que nos contenga a rearmar un “en casa” distinto al que teníamos, un territorio que nos habite y que podamos habitarlo. En esa búsqueda redescubrimos un territorio cotidiano, naturalizado, discutido en ocasiones, olvidado en otras: El alimento y por ende la cocina. En este territorio existe una potencia que nos mueve, que nos muestra y en donde también somos mostrados, hacia nosotros mismos y hacia los demás. Este cotidiano nuevo nos fragiliza más aun, ya no tenemos el tiempo organizado y previsible, las tareas de todos los días han tomado un ritmo atemporal que se llama incertidumbre. El instante es un instante perpetuo, nos encontramos en un tiempo distinto que abre un horizonte diferente de lo posible. El miedo nos toca el cuerpo, el alma y también la memoria. Tenemos miedo de olvidar aromas, sabores, caricias, besos, el sonido de las risas compartidas en una comida con amigos, el aroma al choripán en medio de una marcha, el encuentro. El encuentro. Pienso que tal vez tenemos miedo de perder el encuentro y con él todo lo que va enlazándose en esa palabra.

Entonces, como si fuese un cuento, nos encontramos con la cocina. Una geografía repleta de deseos y subjetivaciones. En ella se encuentra la memoria, la imaginación, la invencibilidad. Sentimientos, sentidos atentos, despiertos y sensualizados, como también nos encontramos con un lugar político y cultural. Pero sobre todo en este tiempo nos encontramos en la cocina, como en un ritual que nos humaniza a nosotros, los mortales. Tal vez la cocina es el territorio que da vida, como el fuego cocinando el guiso que alimentará a mis hijas, como las semillas que brotaron después de la última lluvia y que en la primavera serán el trigo que servirá para amasar el pan. Como el aire y como la tierra que nos dan su oxígeno y su suelo. La cocina tiene la capacidad de hacer hablar a la naturaleza. 

Pero en este ritual que nos humaniza de alguna manera también nos adentra a una cocina monstruo; metáfora de lo que somos, de lo que comimos, de cómo se nos acercaron, de lo que querían que fuéramos, de lo que pudimos ser, de lo que proyectaban en nosotros y en lo que hoy somos. Ese lugar “cocina” y todo lo que allí acontece como un objeto intermediario de las relaciones entre sujetos, espacio, territorio, geografía hipersensible donde suceden los lazos más estrechos entre los seres humanos, desde los más abundantes hasta los más abandónicos. 

Todo esto se está cocinando: la introspección, el encierro, el aislamiento. No deja opción. No podemos ser indiferentes a este espacio como no podemos dejar de habitarlo. 

Pasar por ella es pasar por nosotros y también, si podemos, es pasar por los otros. La cocina y el alimento siempre tienen que ver con un otro, son un lugar que comienza con un otro, nos alimentamos desde un otro, cuando estamos en el vientre de nuestra madre, y continuamos hasta que logramos algunas de nuestras independencias, poder comer solos sería la primera, y otra, poder cocinar. Por eso el acto de cocinar la mayoría de las veces está ligado a un encuentro, tanto con otros como con uno. 

La cocina siempre nos acoge, nos agarra y nos hace un “en casa”. 

Claro que ya no seremos los mismos. Las cocinas irán cambiando, las mesas serán más o menos habitadas, este temblor, esta fragilidad del tiempo, de la vida y la muerte, mueve todo, no sabemos cómo quedaremos parados o de qué lado, todo puede ser un supuesto, un tal vez. El futuro no lo conocemos.  

Lo que sí sabemos es que existe un territorio cerca nuestro, que siempre estará y que es la cocina. Necesitamos comer al igual que amar y ser amados, que desear y ser deseados. Es un vínculo, un lenguaje, un signo universal. Como también es un lugar donde se resaltan las diferencias sociales y políticas, porque decir cocina también es decir hambre. Por eso es tan necesario en este tiempo, no ver solamente el link de los cocineros, sino también todo lo que rodea a ese alimento, a esa cocina. Escuchar atentamente nuestro hambre para poder acercarnos al hambre de quien me rodea, de quien hace comunidad conmigo, con el vecino, con el amigo o el desconocido, con el loco, con el preso, con… 

Pienso en la palabra comensal. Esta palabra viene de -com: comunidad o con otro, y -mensal de mesa. Una mesa comunitaria, una mesa con otro. Ojalá podamos encontrarnos como comensales, ojalá podamos crear una cocina sin recetas, ni métodos, ni reglas establecidas y nos encontremos con una cocina llena de preparaciones, donde siempre sean posibles nuevas combinatorias, donde podamos integrar nuevos elementos. Preparaciones donde esté activa la memoria; necesitamos de ella. Es una huella, un lugar, una esencia que trae un recuerdo, como las magdalenas de Proust. Aquel aroma que nos transporta en el tiempo, que nos lleva a un pasado, pero que también nos para en un presente. Y desde ese presente, si queremos y podemos, tenemos la opción de cambiar los mapas prefigurados, aquellos lugares que estaban establecidos como recetas únicas, sin considerar todo lo que se construye dentro de ese territorio llamado receta, llamado cocina, llamado alimento, llamado cuerpo. 

Siempre son posibles nuevas combinatorias. La cocina es una gran olla deseosa de ser habitada por varios saberes. En fin, y tal vez, este texto está lleno de tal vez, la incertidumbre me sigue en las palabras. Me iré a cocinar. Como dice Charly, cuando los largos viajes llegan a su fin, uno piensa en hogar. 

Imagen de portada: Pablo García – La cocina que se Escucha

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