Tiempos ásperos: Para una estética de la escritura en tiempos de pandemia.

Por Emilio Mago [1].

No serán estas páginas para exponer un pensamiento minucioso ni acabado. Tampoco serán tanto para decir o para contar lo que se ha contado (algo que solo haremos puntualmente) como para decir, en este tiempo, lo que este tiempo nos convoca a pensar. Estas páginas son para decir desde el sentir y desde el entender que esta que nos toca vivir es una circunstancia difícil si pero también desafiante. Son, en definitiva, páginas para parar por un momento, para explicar un poco que es lo que hace un escritor en relación al arte en estos tiempos tan complejos en que nos ha tocado vivir.

Es este un tiempo adverso en el que nos vemos movidos a quedarnos en casa. Si tuviera que pensar una textura que lo identifique diría que es un tiempo áspero,  tal vez incluso con alguna que otra espina. Un tiempo en el que no vino, tal vez, lo que esperábamos para el futuro y en cambio, indudablemente, si vino una crisis que no esperábamos. No obstante vivir es aprender y asumir el reto, el real desafío que supone hacer algo con lo que tenemos para que, a la distancia, alguien pueda hacer algo más con ello. Vivir es no perder de vista la posibilidad de que si estamos aquí, siempre es posible seguir haciendo algo para que llegue a ser mejor lo que ya es y para que lo que es necesario sea de una vez definido. Vivir es empezar a trabajar con la realidad y con lo que hay en ella. Pero no de cualquier manera, hace falta definir una manera. Es necesario vivir sin esconder la cabeza y mirando de frente a esta nueva circunstancia que, aunque no nos guste, aunque sea una compañera no demasiado grata ha venido, sin dudas, para enseñarnos algo sobre nuestra situación y también desde nuestro oficio. Ha venido para enseñarnos, por lo pronto, el valor que tiene disponer de una nueva perspectiva, una que antes no estaba y que no será mejor que las muchas de las que antes podíamos disponer. Empezar a trabajar con la realidad desde la perspectiva de una nueva circunstancia implica antes que nada trabajar desde la aceptación. Nos han tocado tiempos difíciles y adversos donde además de lo inesperado que nos puede traer cada día tenemos también que sobrellevar lo indeseado que nos deja esta circunstancia de pandemia. En estos tiempos lo que pueda ser será y mientras lo que pueda ser no es todavía se trata de trabajar con lo que tenemos sin perder de vista aquello que buscamos por entender importante y reconocer como necesario.

Esto es lo primero y quizá también lo más difícil: dejar que el pasado se vaya y aceptar día a día lo que este nuevo presente nos permite sin dejar de albergar expectativas pero también sin pretender ni esperar demasiado del futuro inmediato. Permitiendo si que cada día le de forma a una idea que, con el paso de las semanas se va definiendo. Una idea que defiende su integridad en la medida en que le dedicamos espacio en nuestra vida y le damos cabida en nuestra circunstancia. Así es la realidad en el arte que deviene poco a poco de la experiencia y que requiere que le dediquemos el mismo esfuerzo en distintos momentos: a veces a la tarde, otras veces a la noche o quizás por la mañana pero siempre dedicándole a la idea que nos inspira un espacio nuevo en el cual ella pueda crecer e ir mostrándonos lo que es capaz de hacer.

¿Quién sabe hasta donde puede llegar una idea? Esa certeza aquí no la tenemos desde un principio sino que es algo que crece como crece una flor que, por lo pronto, lejos está de revelarnos todo su esplendor cuando no es más que un pequeño pimpollo que se abrirá algún día a la magnitud de su color. Es pertinente decir que convivir con una idea nos permite ir descubriendo poco a poco lo que ella nos quiere mostrar, esa certeza única que ninguna otra puede trasmitir en su lugar. Convivir con una idea, algo tan necesario en este tiempo, supone recorrer el camino de las posibilidades que solo ella conoce y por el cual nos va guiando. Quizás, como artistas, lo que tenemos es que aceptar la pregunta antes que aventurar una respuesta y simplemente dejar que la idea pase, que suceda, que ocurra con todo lo que ello implica. Ella nos traerá preguntas, miedos, incertidumbres, ansiedades pero no tenemos que perder de vista una certeza: que todo lo que nos trae para sacudir nuestras certezas nos lo trae para darnos la posibilidad de entender aquello que no habíamos atendido antes, de pensar lo que no habíamos pensado, de conocer lo que no habíamos conocido, de recorrer lo que no habíamos recorrido y descubrir en suma, en la aventura del desafío y la pugna entre la dificultad y el deseo, lo que aguarda por ser descubierto.

No pedirle a una idea más que lo que nos está dando que es la oportunidad de descubrirla, de ver como crece y como se nos revela poco a poco. Esto tal vez sea lo mejor. Tal vez nuestra idea no es más que el extremo del ovillo que nos permite recorrer el complejo laberinto de los símbolos, las sensaciones y las experiencias sin llegar a extraviarnos completamente en él perdiendo de vista lo que nos motivó en un principio. Recorrer el laberinto es asumir el desafío de hacerse a la aventura del camino siendo capaces, en cualquier momento, de volver sobre nuestros pasos para salir por donde habíamos ingresado. Esto es lo que, en nuestra escritura, en la escritura que nos es más familiar,  hemos procurado hacer: estar más allá del devenir en lo mismo y más acá del devenir en la experiencia. Sin perder de vista la expectativa de que probar, experimentar con algo nuevo es darle cabida a una posibilidad diferente que antes no habíamos ni atendido ni entendido para ver cómo, de qué manera esa posibilidad se comunica con nosotros, que dificultades nos plantea y cómo, al final, vamos poco a poco dilucidando estas dificultades. Se trata de ser en la experiencia del arte, es decir, de ser para descubrir que se puede hacer mientras algo está siendo. En este tiempo, donde una nueva adversidad nos trae un nuevo desafío empezamos por pensar y considerar que se trata, antes que nada de un tiempo para entender, para experimentar y para descubrir. Un tiempo en el que sigue siendo posible hacer quizá más por respeto a las ideas y por estimar el pensamiento, por querer la reflexión en sí, que por estímulo de la circunstancia aunque sin duda entendiendo que ambos son factores que nos están enfrentando a un desafío vigente: el de aprender a ser haciendo a pesar de lo que nos pese la circunstancia en la que existimos, aceptando el desafío y tomándolo como inspiración, como empuje, como impulso más que como traba, barrera u obstáculo en el camino.

 
En primer lugar la escritura sigue en marcha. Ella es el puente entre nuestra realidad vigente y nuestra posibilidad eventual. Y por eso, más que nunca se trata de escribir lo que se pueda. Sin censuras porque el resultado no emana de la crítica sino que surge de la intención. ¿Qué es una obra de arte si no es un experimento, si no es una tentativa, un intento, un desafío ante la circunstancia?.

Se trata, pues, de abrirle la puerta a las ideas y dejar que sean ellas, una tras otra, las que nos propongan lo que nos quieran proponer. De un modo o de otro la escritura sigue ocurriendo, sigue fluyendo a medida que las ideas van llegando. Estuvo y sigue estando. Lo que nosotros sabemos es que la escritura es un oficio en construcción que, de una manera o de otra continuará. Un oficio que se alimenta siempre de la lectura y que se hace siempre en relación con ella en el que una referencia alimenta otra referencia. Leyendo es como descubrimos las cosas que después, con nuestras palabras y a nuestra manera contamos. Porque leyendo es como efectivamente se conocen las cosas que después pueden contarse. Leyendo y escuchando. La lectura es, en esta época en la que al fin podemos tomar conciencia (si hasta ahora no lo sabíamos) la manera más segura y más económica de viajar. Leyendo podemos llegar a los lugares más remotos y más insospechados de este mundo pero no solo allí sino también a los lugares que otros autores han imaginado para que nosotros podamos encontrar, descubrir y reflexionar en ellos. Lugares inusuales que alcanza con saber que existen (o existieron) para entender al presente como territorio de posibilidad.

El Castillo Bishop, por ejemplo, está al noroeste de Rye, Colorado. Es una construcción familiar que lleva el nombre de su constructor: Jim Bishop[2]. Este castillo, semejante a nuestro Castillo Pittamiglio[3] por cuanto tiene un puente que no conduce a ninguna parte así como el castillo que conocemos aquí tiene puertas que no nos llevan a ningún sitio, tiene la peculiaridad de ser un lugar que su constructor no ha terminado nunca. En el noroeste de Rusia existió también otro lugar inspirado por este concepto que fue, en su momento, la constucción en madera más alta del mundo. Me refiero a la casa de Nikolai Sutyagin que llegó a tener cuarenta y cuatro metros de altura y un total de trece pisos[4]. Los tres son espacios de y para la posibilidad, de y para la acción misma considerándo la acción como meta y la indefinición como premisa. Son espacios donde el presente se convierte en hechos y los hechos en espacios en los que la acción de construir es, en sí misma, el evidente objetivo. Espacios en los que es posible hacer y hacer indefinidamente. La escritura es también ese otro espacio de la posibilidad en el que es posible agregar y agregar pisos indefinidamente (o bien escribir páginas que no van a ninguna parte).

Es claro que el ser humano no puede acostumbrarse a escribir en una sola parte y de una sola manera sino que conviene, más bien, escribir en más de una forma o mejor dicho, que seamos capaces de hacerlo en más de un formato. Escribir en computadora, en formato digital es una destreza cada vez más necesaria (ya harto imprescindible quizá) en nuestro tiempo. Pero también es menester no perder de vista las destrezas adquiridas. Escribir a mano, por ejemplo, es una destreza que, en particular quienes escribimos, no nos podemos dar el lujo de prescindir ni de dejar de lado. ¿Por qué? Sencillamente porque está allí cuando la computadora está encendida pero sigue estando cuando la computadora está apagada y por eso  nos permite, en el mediano plazo tener procesos de escritura en curso de elaboración que nos lleven a volver a ellos. O bien definir un espacio en el que están cosas que no están acá. Es bueno que, de alguna manera, el espacio virtual no sea ni se transforme en el único espacio factible para la escritura ya que otros que fueron vigentes lo siguen siendo todavía. Si este tiempo de adversidad nos sirve para darnos cuenta de esto, entonces bienvenida la posibilidad de aprovechar las oportunidades creativas que nos brinda un espacio vigente.

Además escribir a mano permite también explorar diferentes formatos y dejar que el formato también defina la forma en que se puede trabajar en él. En un cuaderno escribo reflexiones breves porque tengo un cuaderno y si intento o pretendo explayarme como lo estoy haciendo aquí, eso me puede consumir gran parte del ejemplar. Entonces para ahorrar trato de decir en solamente diez palabras lo que, tal vez, podría decir en cincuenta. En la cuadernola, en cambio, al ser más grande la superficie de papel me explayo con más libertad y es claro que puedo extenderme casi indefinidamente.

Sin embargo este criterio no es definitivo, solamente circunstancial. A nuevo cuaderno nuevas posibilides. De cuaderno a cuaderno es posible ir variando los criterios según lo que sea que se está escribiendo. Todo lo cual nos permite ver que la libertad que podemos tener para expresar ideas la podemos tener independientemente de cual sea el lugar en que las estemos expresando. Ellas son las que nos conducen en el camino hacia el descubrimiento de las posibilidades. La pregunta, en primer lugar, es qué quiero escribir. La segunda es donde puedo hacerlo. La tercera, entonces, es cómo voy a hacerlo. Qué, dónde, cómo. En ese orden la escritura fluye y la idea va creciendo, va desarrollándose hasta que sea capaz de encontrarse con quienes la lean y embarazar, dejar encinta de inspiración a sus lectores. No es embarazoso decir que las ideas nos embarazan porque las ideas son un universo lleno de mundos en el que nuevos mundos aguardan para ser descubiertos mientras otros se están formando.

Hablemos de las dificultades que supone escribir a mano, de los desafíos que nos presenta. A Ernest Hemingway, por ejemplo, su esposa le extravió una maleta llena de escritos a mano en una estación de tren. La anécdota es de sobra conocida. Al poeta chileno Raúl Zurita, si bien tuvo un poco más de suerte, le tomó años poder volverse a encontrar con todas las páginas que había escrito de su obra La vida nueva. Las recuperó gracias a que un anticuario, uno de esos seres tan extraños quizá como extraordinarios, las había guardado a buen recaudo. Si escribir significa convivir con la eventualidad de la perdida puede ser, seguramente, porque escribir también significa convivir con la eventualidad de la oportunidad y por eso es que escribir es, hasta donde sé, un oficio legítimo: porque lleva a que ocupemos nuestro tiempo en algo que hace, que sirve para que nuestro tiempo sea mejor, para que exista y prospere en él la vigencia de una tenacidad.

Ahora hablemos de los desafíos que nos presenta escribir acá, en la computadora. Por un lado es más difícil llegar a perder algo que hayamos escrito. Pero también es más fácil que le llegue, por un error o por una distracción o una confusión, a alguien a quien no esperábamos enviárselo. Es mucho más fácil difundir pero a su vez, es mucho más difícil concentrarse y llegar hasta el final. Esto sucede, a nuestro parecer, por dos motivos. Por un lado por causa de la cantidad abismal, abrumadora de información que hay disponible que hace que estemos horas, tal vez días investigando, sin escribir ni una sola página y así el tiempo se nos va yendo. Por otro, porque para una misma historia puede haber más de un camino y eventualmente más de una construcción posible que, en el medio digital se vuelve muy fácil de llevar a cabo porque es tan simple como hacer un par de clics y empezar a escribir de otra forma lo que ya se escribió de una manera. Las correcciones, en el medio digital, toman menos tiempo y son más fáciles de realizar que en la escritura manual.

 Ahora bien ¿Hasta dónde es factible corregir y donde empieza a ser necesario ponerle un límite a las correcciones y decirles basta? Es claro, al menos desde nuestra perspectiva, que la definición de un estilo en escritura  precisa no prescindir de una cierta mesura en la corrección que es muestra de trabajo y de respeto por el trabajo siempre que sea hecha de forma metódica mas no cuando se hace y se hace interminablemente. Entonces lo que se acaba haciendo, si no se le puede poner un límite a la corrección, es definir un estilo y pautar una estética en la escritura: la de aquellas personas que escriben corrigiendo y que, quizás por causa de ello, no llegan nunca a la culminación de su esfuerzo, de su trabajo, y tampoco a la definición de un elemento preciso, concreto que es capaz de medirse en unas cuantas páginas. Esta es, también una estética: la estética de lo indefinidamente interminable o de lo persistentemente corregible. Aquella estética en la que es posible quitar un enunciado en una parte para añadir dos en otra o simplemente quitar tres para centrar la atención en un punto exclusivamente y que al final lleva a que no se llegue nunca a concluir definitivamente. Estética similar al del castillo antes mencionado que su dueño construye sin que haya un día en el que se deje de hacer algo, estética que consiste no ya tanto en persistir para lograr un resultado como en hacer para convertir el tiempo en acción, en escritura o en construcción que se hace y se sigue haciendo.

Tal es una estética de la extensión que se puede practicar y realizar todo lo que sea posible, si se quiere, teniendo en cuenta que  si no le definimos un límite nosotros el tiempo lo definirá por su parte pues es claro que ninguna computadora puede durar para siempre y en consecuencia tampoco podrá hacerlo nuestra capacidad de corregir una sola cosa. Menos cuando no podemos menospreciar otros proyectos, otras escrituras que estamos intentando llevar a cabo. Nuestra escritura es para este tiempo antes que nada y por eso tenemos que permitirle un tiempo. No es la estética de un minuto. Tampoco la de la brevedad hipercondensada de un enunciado solo que nos cuenta una historia entera en un renglón. Podría ser la estética de una construcción persistente pero, a nuestro entender, eso solo el transcurrir del tiempo podrá decirlo. Por lo pronto es, en todo caso,  la estética de la posibilidad, de la definición de una certidumbre cabal que es la de contemplar y hacer posible la vigente belleza de la inspiración. Es, en resumen, la evidencia del compromiso vigente con una puerta abierta.

  Si el día de mañana, fuera por la crisis que fuera, ya no pudieramos prender la computadora, esto no impedirá que dejemos de escribir quienes sabemos que, viviendo, escribimos nuestra historia pero también que escribiendo descubrimos posibilidades y despertamos destrezas que, de otra forma, puede que permanezcan dormidas a lo largo de nuestra vida. Escribir es la manera más segura de poder disponer de obras y de proyectos que, si no hay electricidad, si no hay conexión a Internet o si no hay computadora, pueden seguir realizándose de todas maneras. Es la manera de tener un espacio para la reflexión fuera de las formalidades de la máquina y de atender así espacios que nos demandan alejarnos del ordenador para poder realizar lo que es factible realizar en ellos (ya hemos visto como). En confianza de que una idea o dos puede haber que se expresen a mano siempre es que seguimos contando con el papel y la birome o el lápiz como ya tantas veces lo hemos hecho.

Pero esto solo no alcanza para estos tiempos en que vivimos. Hace falta pensar más y pensar más allá de la propia circunstancia. Pensemos, por un momento distópicamente en un futuro en el que no exista más el papel y tampoco la lapicera. Un futuro, claro, de pesadilla para cualquier escritor. Pensemos en un futuro en el que además tampoco sirvan ya las computadoras. Hemos vuelto, en cierta medida, al principio de la historia. Si ese futuro llega ¿Qué nos queda al pensar en la escritura más allá de la escritura, es decir, más allá de sus posibilidades de realización materiales en el papel?. Lógicamente nos quedan las ideas, nos queda el habla, nos queda el pensamiento en general y el lenguaje (la lengua), nada menos, en particular. Nos queda esa fuente primera (y primaria) de inspiración y de comunicación que hemos encontrado y que todavía existe. Nos queda, entonces, la certeza de poder hablar, de poder contar una historia o compartir una experiencia sin tener que sujetarnos a puntos, párrafos y comas tanto como a entonaciones, cantos y pausas. Nos queda el maravilloso arte de la conversación que no debemos perder de vista ni menospreciar en absoluto porque allí también existe creación, también existe arte de una forma quizás mucho más efímera pero también tan significativamente trascendente como lo hay en el papel.

Hemos llegado así a poder dar cuenta de algo fundamental pues devenir en la escritura, convivir con ella, no es nada más que devenir en el pensamiento primero y antes que nada y seguidamente, en  una instancia posterior, asumir la responsabilidad de expresar con lo que ello conlleva. Es pues, un trabajo difícil, desafiante y exigente porque el pensamiento no se acaba en el decir sino que se continúa, precisamente, allí. En el decir encuentra sus posibilidades a la vez que va dejando de lado otras y de esta forma nos encontramos, cuando es posible, con un resultado no definitivo ni absoluto pero si acabado, completo. Y cuando no es así nos encontramos, al menos, con el principio y con el desarrollo de una posibilidad que, si  no tiene final, si no tiene conclusión, tal vez se deba a que no encontró sus límites. Una historia tiene más de adolescente y de jóven cuando importa más lo que nos cuenta que el hecho de que acabe bien o mal. Entonces, cuando se acaba al fin, nos es posible pensar que es, más bien, una historia adulta, madura, que pudo ser contada cabalmente. Podemos hacer de la conclusión nuestra meta pero también podemos escribir sin pensar demasiado en ella. En este caso por ejemplo, no estoy pensando yo cuál pueda ser el final de estas páginas, no lo tengo resuelto todavía. Quizás tengo una idea o dos (o tal vez tres) que si las escribiera ahora, si las escribiera aquí, antes de pasar al siguiente párrafo, no podría ya valerme de ellas a manera de conclusión. Así que, de momento, me las reservo así como me reservo la posibilidad de seguir y seguir indefinidamente para concluir circunstancialmente; para poner un punto que, por ahora, cierra las puertas de la posibilidad de expresión que se abrieron de par en par en el comienzo de estas páginas. Pero no con llave. Cualquiera las podrá volver a abrir en cualquier momento y en especial después de haber pasado por estas páginas quizá por entender que otras más puedan ser necesarias.

27 de Mayo de 2020


[1] Por Emilio Mago asiduo participante de diversos talleres y cursos de escritura creativa.

[2] Véase al respecto el sitio web del propio Castillo Bishop en http://www.bishopcastle.org/

[3] Véase https://castillopittamiglio.org/ y en especial https://castillopittamiglio.org/Home/Fotogaleria para acceder a fotos del lugar en el pasado y en el presente.

[4]  Puede consultare al respecto http://irreductible.naukas.com/2014/10/28/el-gangster-que-construyo-un-rascacielos-de-madera/

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