Experiencia de niño.

Por Alejandro Auat.

La brutal cesación de nuestra cotidianidad provocada por una microestructura genética capaz de colonizar nuestras células hasta enfermarnos y provocarnos la muerte, nos ha sumergido en una cantidad de experiencias a las que aún no hemos procesado adecuadamente.

La experiencia del aislamiento y del distanciamiento social; la experiencia de una naturaleza recobrada; la experiencia de las miserias humanas, el miedo, la paranoia, el egoísmo; la experiencia de la solidaridad y el desprendimiento; las experiencias de globalización y de localización simultáneas; la experiencia de la vigilancia y el autoritarismo; la experiencia de formas de comunicación inhabituales; la experiencia de rostros cubiertos y de cuerpos sin contacto; la experiencia de gobernantes sensatos y de gobernantes insensatos, de ciudadanos responsables y de individualidades insensibles. ¿Cuánto tiempo nos llevará procesar discursivamente estas experiencias? ¿Cuál de ellas dejará huellas más marcadas en la nueva cotidianidad post-pandemia?  ¿A cuál de estas experiencias privilegiaremos en nuestra construcción de la sociedad que sigue? ¿O dejaremos que esto pase como si nada hubiera sucedido? ¿Podremos ignorarlo?

Como dice Rita Segato, el virus es como la irrupción de lo real: más allá de nuestros discursos y justificaciones, de nuestras redes conceptuales e ideologías, hay algo que está más allá o fuera de las certezas y representaciones que configuran lo que llamamos “la realidad”, y que de vez en cuando irrumpe, se hace presente “tinquiándonos” los apoyos, moviendo el suelo que pisamos. Eso es “lo real”, tomando libremente una expresión de Lacan.

También nos dice esta antropóloga que el COVID-19 es un “significante vacío” al que los diferentes proyectos políticos tienden sus redes discursivas para llenarlo de significado. Y por ahora, balbuceamos interpretaciones y proyectamos deseos sobre lo que vendrá.

Lo cierto es que estamos viviendo en cuerpo propio muchas cosas, y que si no las pensamos, si no les atribuimos algún sentido, no serán “experiencias”. No hay experiencia sin relato. Aunque puede haber relatos que han perdido su experiencia.

Y quizás el punto de partida para elaborar los relatos que den forma a estas experiencias sea la posición del niño. En el sentido evangélico: “ser como niños”, “nacer de nuevo”. Es la disposición a aprender, a escuchar, a dejarse guiar. Disposición que implica por lo pronto dejar de lado nuestra occidental y moderna “neurosis de control”, por la que hemos creído dominar y saber el mundo, reduciéndolo en su complejidad, separándonos de él, cosificando todo y despreciando sabidurías y formas de estar que no se correspondieran con esa voluntad de dominio. Posición de omnipotencia que ha sido súbitamente desbarrancada por un “evento natural” imprevisto, que nos devuelve de prepo la indisponibilidad de nuestra finitud, la conciencia de la inevitabilidad y “democraticidad” de la muerte, de nuestra subordinación a un orden mayor. La exterioridad cartesiana -ver el propio cuerpo como res extensa, como objeto maquinalno fue más que un vicio de lectura occidental. Somos un cuerpo animal y nuestra proyección hacia alturas sublimes del arte o de la razón, se apoya allí, en nuestra corpo-sensibilidad situada en un lugar. Y nunca la deja del todo. Tendremos que volver a pensarnos aristotélicamente como “animales racionales dependientes”, según la premonitoria expresión de MacIntyre.

Disposición a aprender, a escuchar, a dejarse guiar: experiencia de niño. Para experimentar las otras experiencia de esta situación, necesitamos experimentarnos primero como niños. Hay que aprender de nuevo. De nada sirve repetir las viejas convicciones y las categorías tradicionales. Tenemos que “pensar sin barandas”, decía Hannah Arendt frente a la experiencia del totalitarismo. No nos sirven nuestros antiguos conceptos para comprender la novedad de lo que irrumpe en la historia sin pedirnos permiso.

El adulto formado (cree que) tiene sus ideas, sus conceptos, sus teorías. Si se afirma en esa posición, no aprende nada. Hay que ponerse en otra situación, la de no saber, o la de saber algo pero no todo. Es la actitud socrática. Es la posición de niño: ojos de asombro y avidez por aprender.

Sólo así podremos, quizás, elaborar nuestras vivencias como experiencias. Y atrevernos a pensar un nuevo mundo.

Alejandro Auat es Doctor en Filosofía, Profesor Titular de Filosofía Política en la UNSE. Director del proyecto de investigación CICyT-UNSE “Neoliberalismo y Populismo en la democracia de Santiago del Estero: sujetos, prácticas, instituciones”.

Referencias bibliográficas

ARENDT Hannah et al., “Arendt sobre Arendt. Un debate sobre su pensamiento” en ARENDT Hannah, De la historia a la acción, Paidós, Barcelona 1995.
MACINTYRE Alasdaire, Animales racionales y dependientes, Paidós, Barcelona 2001.
SEGATO Rita, “Coronavirus: todos somos mortales. Del significante vacío a la naturaleza abierta de la historia”, en GRIMSON Alejandro et al., El futuro después del COVID-19, Argentina Futura / Argentina unida. Buenos Aires, Mayo 2020.

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