De pandemia, encierros y pantallas.

Por Beatriz García Moreno.

De pandemia, encierros y pantallas 

Beatriz García Moreno

En el comienzo de 2020, un real sin ley, que aún no logra domesticar el ser humano, recorre el planeta haciendo estragos de diferente tipo. Se trata de un real invisible, invasivo y extraño que puede causar la muerte, que no convive con los humanos, que no se detiene ante ningún semblante por más poderoso que se muestre, que pone en evidencia la fragilidad de su ser sometido a la caída sin compasión de sus identificaciones; cuyos efectos no alcanzamos a dimensionar ni en lo social, ni en lo subjetivo y tampoco en los modos como hemos habitado tanto los espacios públicos de la ciudad y del territorio, como los íntimos de la casa que cada uno habita. Es como si una avalancha inesperada hubiera llegado y arrasara con todo el andamiaje que la sociedad ha construido.

La lucha entre el mundo que quiere erigirse y la tierra que tiende a ocultarse, como lo dice Heidegger en El origen de la obra de arte (1999), se ha puesto en evidencia de modo estrepitoso. El mundo que habitamos en la actualidad, construido con base en el desarrollo del pensamiento matemático y en los descubrimientos científicos que, desde las metáforas de la luz, se ofrecían para dar forma al real de la naturaleza, a la “tierra” oscura e indescifrable, como la nombra el filósofo, mediante fórmulas y dispositivos diversos, se ha fisurado, no se adecúa a las amenazas del virus, y aún no logra encontrar las fórmulas que le permitan continuar con los soportes en que se sostenía. Pero no sólo la medicina y las ciencias físicas han quedado atónitas ante lo que apareció, sino también las ciencias sociales que se han visto de nuevo expuestas a un fenómeno que ha puesto la muerte en primer plano. Las producciones de la cultura y de las artes han quedado en pausa, sin lugares abiertos para su despliegue, pero también, perplejas, ante la aparición de ese real de la naturaleza que irrumpe intempestivamente y exige dirigir todos los esfuerzos a encontrar formas de enfrentarlo.

Los gobiernos para defenderse de ese enemigo que hace tambalear las estructuras económicas y sociales en las que se sostiene, y apoyados en la autoridad del saber de los comités científicos, llaman a los sujetos a acogerse a la consigna de salvar vidas, a tomar una posición de defensa desde su confinamientos en los espacios de la vivienda, y les piden que acepten lo que se impone como norma, pues es deber de todos salvar a la especie humana de la amenaza de muerte que se ha instalado, sin un límite preciso de tiempo. En contrapartida con este panorama, está el ser hablante que, como ser de lenguaje, es quien constituye esa humanidad, y, por lo tanto, se ve enfrentado a tal enemigo, pero con la característica de singularidad que le confiere el estar causado por el significante y es por ello que cada uno vive a su manera, las leyes para todos que se dictan para enfrentar la pandemia. El sujeto afectado por la situación se conmueve por el otro-semejante, con el que se identifica: él, su familia, sus amigos pueden contagiarse y morir; no hay camas suficientes, no hay cementerios para enterrarlos, la ciudad se muestra insuficiente para los efectos que produce. Ante la perspectiva de que el 70 % de la población se contagiará, le surge la pregunta,  “¿cuándo será mi turno?”. Su ser está en peligro, los semblantes que parecían sostenerlo están caídos, hay un Otro en ruinas, “El único reducto que le queda a cada sujeto es sentirse parte de la humanidad” (Laurent: 03, 2020).

Entonces, todos deben someterse a las leyes surgidas bajo el asesoramiento de los comités que dictaminan el camino a seguir, aunque el dictamen esté lleno de oscuridad y las condiciones de cada sujeto no permitan sostener una vida digna. De todos modos, es una posición ética, un compromiso social y así es aceptado, más allá de que estas normas exijan grandes y diferentes constreñimientos para cada ser hablante que se ve compelido a soportar el tiempo que requieren los científicos para realizar la vacuna, el tiempo de encierro para no contaminar a otro, el tiempo de las instituciones de salud para contar con los elementos necesarios para atender de la mejor manera a los contagiados y, además de esto, está el tiempo de la enfermedad, que a veces es asintomática, pero que se desarrolla en un tiempo lógico (Bassols, 03, 2020).

El lema que se ha impuesto a través del mundo es “quédate en casa”.  Las calles se han vaciado, es mejor no encontrarse con el otro pues puede estar contaminado y traer la muerte. Como única defensa ante ese real de la naturaleza convertido en pandemia que recorre nuestros territorios, el mundo ha optado por el aislamiento, el encierro; una manera ancestral, como lo muestra la literatura, en que los humanos han buscado defenderse del contagio de las enfermedades que le pueden causar la muerte. Sin embargo, esa defensa no alcanza para lidiar con los efectos subjetivos que acarrea.

El “¡quédate en casa!” cada uno lo lleva como puede; apoyado, de ser posible, en los dispositivos que le brinda la tecnología de la informática y las comunicaciones, para hacer un lazo con el otro; pero eso no implica que lo insoportable de la situación se acalle. El modo como se vive el encierro depende de condiciones subjetivas que incluyen muchos otros actores diferentes de los recursos económicos con los que se cuente. Para algunos, la situación del encierro puede ser la posibilidad de desarrollar temas pendientes o de continuar con actividades creativas y de pensamiento que exigen de la soledad; pero para otros, el llamado al reencuentro, a la familia, al estar todos juntos puede volverse un infierno, un ambiente propicio para la generación de comportamientos violentos que afectan a los más próximos. 

La casa que parece lo más familiar y acogedor, tiene la posibilidad de convertirse en algo insoportable. Como lo advertía Freud (1919), lo más familir puede convertirse en no familiar y siniestro, debido al despliegue del goce singular de los cuerpos que puede invadir los espacios que se consideraban más cercanos, despertar comportamientos violentos y señalar la imposibilidad de la convivencia. El semblante de lo familiar como ideal de felicidad, no se sostiene. Los modos de vivir cada uno su cuerpo, su deseo, su goce, se pueden convertir en insoportables para los demás, determinando muchas veces, que los más cercanos aparezcan como los más extraños y que sean ellos los que reciben todo el peso de la confusión y la insatisfacción.

Con el mandato a no salir y a que muchas de las actividades se realicen desde la casa, ésta, que en los últimos años se había vaciado de las funciones de la casa de las familia extensa, patriarcal, y se había reservado a las funciones vitales e íntimas de la familia nuclear, se ha vuelto a llenar (García, B, 2001). El trabajo, la educación, la alimentación, la diversión, la enfermedad, han regresado, y los espacios han tenido que flexibilizarse para responder a lo que antes había encontrado sitio en la ciudad, en colegios, guarderías, centros de salud, lugares de eventos. La casa se ha convertido, para muchos, en lugar de tensiones, donde todo tiende a superponerse y a convertirse en una amalgama de actividades y de cuerpos invadidos de pasiones, que más que construir perspectivas de vida, destruyen las relaciones existentes. En este momento, la casa, para muchos, es lugar de demandas, desencuentros y maltratos.

El encierro propio de las diferentes pandemias que se han sucedido en la historia del mundo, se ha visto, en esta ocasión, acompañado del recurso tecnológico que brinda el desarrollo de la informática y las comunicaciones, lo cual ha posibilitado la comunicación planetaria en tiempo real y la posibilidad de que cada uno desde su lugar de confinamiento, lo utilice como ventana al mundo, como medio para sostener sus relaciones afectivas, sus compromisos laborales o cualquier otra actividad que precise de un vínculo con otro. La utilización de estos recursos, si bien no es igual para todos, se ha convertido en el medio de sostener un vínculo con el otro, mediante la circulación de palabras y miradas. Éstas, palabras y miradas, se ofrecen como tabla que sostiene los cuerpos desamparados en medio de la incertidumbre.

Pero si el ambiente interior de la casa se convierte, en muchos casos, en insoportable, en el exterior el “ojo absoluto” como lo denomina Wajcman (200), invade todos los ambientes. El imperio del control y la mirada, instituido de modo generalizado en el siglo veintiuno, que se apoya en las tecnologías más recientes, se convierte en prótesis fundamental para cumplir con las expectativas de control de las instituciones gubernamentales y de salud. Se trata de ubicar el contagio, de cercarlo, controlarlo, de evitar su propagación, y esto implica meterse en la inimidad de cada uno. Las cámaras invaden todos los rincones, el exceso de mirada acaba la intimidad, pasa por encima del ser hablante, lo hace desaparecer como sujeto en pro de defender un para todos que busca salvar a la humanidad.

Cada ser hablante enfrentado al impase de la ciencia, a la confirmación de que todo es semblante, expuesto a un gozador despiadado que nadie logra detener, se enfrenta a lo real imposible de soportar, a su propio real que irrumpe en afectos y pasiones que se expresan en angustias, incertidumbre y violencias (Laurent,2020). En medio de la lucha entre tierra y mundo, se descubre que las insignias no tienen consistencias, que el humano está enfrentado no solo al virus que mata, sino también a sus pulsiones y goces innombrables que apenas logra contener en las situaciones extremas en las que se ve sometido.

Durante esta época de pandemia, cada uno busca apoyo en el otro, pero sin acercarse, sin abrazarse; se miran a distancia, a través de pantallas, y en esa distancia se guarda la esperanza de encontrar algo cercano, una mirada, una voz, un gesto que ayude a soportar el pánico ante lo desconocido que acarrea la muerte. Esa palabra que se espera que alguien la pronuncie con sus propias tonalidades y silencios, y esa mirada que aparece un poco lejana pero que trae un poco de cercanía, parecen superar el límite de la pantalla y en estos momentos de encierro, se convierten en transmisora de afectos que penetran el cuerpo, y lo transportan, aunque sea fragmentado, más allá de los límites impuestos.

Referencias:
– Arenas, Gerardo (2010). En busca de lo singular. Buenos Aires: Grama.
– Bassols, Miquel (2020). “La ley de la naturaleza y lo real sin ley”. http://miquelbassols.blogspot.com/2020/03/la-ley-de-la-naturaleza-y-lo-real-sin.html
– Freud, Sigmund (1919). “Lo siniestro”. https://www.ucm.es/data/cont/docs/119-2014-02-23-Freud.LoSiniestro.pdf
– García Moreno, Beatriz (2001) en Revista En otras palabras No. 9, pp 101-106. Bogotá: Unibliblo.
– Laurent, Eric.  (2020) “El Otro que no existe y sus  comités científicos” en Lacan Cotidiano No, 874, abril 2020. http://www.eol.org.ar/biblioteca/lacancotidiano/LC-cero-874.pdf
– Heidegger, Martin (1991) “El origen de la obra de arte” en Arte y Poesía. Madrid: Fondo de Cultura Económica.
– Mlambo-Ngcuk, a Phumzile “Violencia contra las mujeres: la pandemia en la sombra” Declaración de Phumzile Mlambo-Ngcuka, Directora Ejecutiva de ONU Mujeres Fecha: lunes, 6 de abril de 2020. https://www.unwomen.org/es/news/stories/2020/4/statement-ed-phumzile-violence-against-women-during-pandemic.
-Wajcman, Gérard (2011). El ojo absoluto. Buenos Aires: Manantial.

Beatriz García Moreno: Psicoanalista y Arquitecta PhD. Arquitecta de la Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Colombia, Sede Medellín, 1974, y Ph.D en Arquitectura en Georgia Institute of Technology en 1992. Máster en psicoanálisis de la Universidad de León, 2012. Profesora en el Doctorado en Arte y Arquitectura de la Universidad Nacional y en la Maestría en Historia y Teoría del Arte, la Arquitectura y la Ciudad de la misma institución. Autora de diversos libros y artículos sobre arquitectura y ciudad en América Latina y sobre arte y psicoanálisis. Es miembro de la Asociación Mundial de Psicoanálisis y de la Nueva Escuela Lacaniana de Bogotá.

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